viernes, 10 de abril de 2009

Un día de película



Me desperté a las 6:34 de la mañana, según el despertador digital que estaba arriba de la mesita de luz tambaleante. De repente escuché un helicóptero a lo lejos. “Saigón, mierda, todavía estoy en Saigón”, dije a través de la persiana. Gran error, estaba en mi departamentito, el sonido que provenía de lejos era una obra que en construcción que había empezado 15 días atrás y que seguramente lo dejarían a medio terminar.
Mientras preparaba la cafetera, algo extraño sucedió. Escucho unos leves chillidos de un ratón, donde esta la alacena. Claramente podía entender lo que quería expresar el roedor. Me comentó que se llamaba Lemmy y decía que era un excelente cocinero y que su sueño era viajar a Francia a preparar sus deliciosas recetas para compartir con el mundo; le dije que su máximo logro que podía realizar acá era ponerse un puesto de panchos en Puerto Madero o esperar un acto político y preparar uno deliciosos chori. El pobre se puso un tanto depre ya que ese “sueño” era como una pesadilla viviente, ni tuve que encender el desratizador, él solito busco un veneno para ratas eficiente y se metió el frasco de una y cayo muerto a los pocos segundos. Pensé que estaba drogado pero no, era bien real ese venado.
Al salir para la jefatura veo que viene un patrullero a toda velocidad, pensé que era Fangio que había revivido. Otro error Era un pelado con pinta de rudo, me dijo, “vení pibe vamos a la comisaría”.
Las primeras cuadras con el rudo policía (hasta el momento no sabia su nombre así que lo apodé de esa manera) en el patrullero, parecía una película de Chaplin o Buster Keaton pero sin gracia. El silencio que había en el ambiente era asfixiante. O dos cosas:
1) El pobre estaban triste por la derrota de Excursionistas contra Urquiza.
2) El tipo realmente era un ser callado y prefería el silencio.

Al parar en una esquina veo dos marcas en líneas rectas y ambas estaban sacando humo. Al hacerle notar al policía rudo de dicha anomalía, salimos del patrullero. Media cuadra más adelante vimos un vehiculo muy moderno, en su chapa se podía leer “Delorean”. Al avisarle al conductor que muestre su cedula verde y registro abre las puertas de una forma un tanto extraña, las dos puertas se abran como cual cofre de piratas. Al salir, el individuo tenia un chaleco extraño de color naranja, parecía un salvavidas. El pobre además padecía cierta amnesia porque nos pregunto que año era. Con el policía rudo, nos miramos y le preguntamos su nombre. Nos dijo que se llamaba Martín McAla, “pero me dicen Tincho”, dijo jocosamente. Cuando vemos su registro notamos que éste es del año ‘85 y que en el ’87 caducaba. Pensé para mis adentros “esto se parece cada vez mas a una de ciencia ficción pero sin el ambiente de decadencia de Philip K. Dick”. Le dijimos que se venga para la jefatura así toma declaración.
De vuelta en el auto, el policía rudo por fin saca algo de información de sí mismo; me saluda con la mano y me dice “Que haces novato, me llamo Juan McClane”. Por fin pudo devalar su nombre pero a esa hora estaba más pendiente de la hora del almuerzo, así que al hecho le di poca relevancia.
A eso de las 15:30, y luego de dejar a nuestro loco amigo Tincho McAla, en la casa de un científico loco, otro suceso raro dio lugar en las calles. Vimos cerca del Banco Frances a 6 tipos con trajes negros, camisas blancas y corbatas. No, no eran empleados que fueron despedidos de su trabajo de oficina, ni mucho menos empresarios garcas de Recoleta o Puerto Madero. Sus trajes parecían sacados de una película de John Woo, que luego cierto director al que llamaré Q.T. lo copio con alevosía.
La cuestión es que estos 6 señores se veían muy sospechosos y entraron a dicha entidad. Un 9º sentido mío (o 12º no lo se con seguridad) me decía que iba a ver kilombo.
Efectivamente, segundos después de que esos tipos entraron se escucharon tiros, líos, gritos y Cosha Golda. Se armo flor de operativo policial que termino con 5 detenidos; el otro era un soplón que se metió en dicha banda. Al tomar declaración, ahí si que la locura se hizo evidente. No nos decían sus nombres, sino colores. Que el señor rosa, que el señor azul, que el señor blanco. Los de la seccional se encargaron, a su modo, de sacar toda la información posible. De los 5 detenidos, 4 se fueron a repinporotear al calabozo y al 5º lo dejaron libre por falta de meritos. Al salir me dijo mirándome a la cara que seria cool contar lo que le paso y hacer un film de culto con ello.
Eran las 8 de la noche cuando toda la conmoción había pasado, menos para los medios que seguían, como si de cadena nacional se tratase, con la noticia del robo una y otra vez. Cada hora se agregaba un dato irrelevante, como por ejemplo que revolver era la que portaba el señor Azul si una Smith & Wesson o una Remington, o que café se había tomado el señor Rosa durante la declaración, si La Morenita o si era un Cabrales y cosas por el estilo.
Estaba a punto de irme para mi deprimente departamento, cuando la voz del jefe, me dice que vaya a su oficina. Yo dije por fin me ascendían de puesto, como el “helicóptero” de la construcción, esto también fue un error. Al ver a un señor mayor que ampliamente superaba sus 40 me puse pálido. El Capitán González me dice, “te presento a tu nuevo compañero de patrullaje”. Yo lo mire como diciendo “me estas jodiendo”. Mis ojos se fijaron en el sujeto sentado a la izquierda, se hacia llamar Murtaugh, Rogelio Murtaugh. Pero esa es otra historia.

1 comentario:

Unknown dijo...

La verdad que me sorprende usted.
Es un excelente relato, mi amigo, esteee...F3d3r!(0 V.
Y muy divertido.
¿No apareció ninguna sara por ahí y usted no la documentó?
Porque mire que esa muchacha era peligrosa de joven y altamente radioactiva más mayorcita.
Y del hijo, mejor ni hablar.
Juan Connor le dicen.
Besos